El arte vivo

La puerta abierta a la belleza

Colección Alicia Koplowitz
Museo de Bellas Artes de Bilbao
Grupo Omega Capital.
Del 28 de julio al 23 de octubre

 

Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828) Maja y celestina al balcón 1810-1812. Óleo sobre lienzo. 166 x 108 cm © Colección Alicia Koplowitz – Grupo Omega Capital

Una luz con transparencia de nubes nos envuelve. El Museo de Bellas Artes de Bilbao extiende sus brazos de cristal meciéndose con ritmo de barco en ese encuentro asombroso con la belleza. Por primera vez descubrimos horizontes inéditos, maravillosos cuadros y esculturas nunca vistos en una exposición marcada por el ímpetu de la sorpresa.

No cabe duda de que Alicia Koplowitz ha formado a lo largo de las últimas décadas una de las colecciones artísticas europeas más relevantes. En esta ocasión verdaderamente única podemos contemplar noventa lienzos y esculturas desde el siglo XVl hasta el XX en una visión auténticamente cosmopolita formada por artistas españoles y extranjeros. Un inteligente planteamiento en el que ha intervenido de modo decisivo Almudena Ros de Barbero, conservadora de la colección y comisaria de la exposición.

La alternancia entre pintura y escultura y entre figuración y abstracción mantiene el necesario punto de equilibrio para conseguir que este recorrido por el mundo del arte se convierta en una experiencia vital en el diafragma de sensaciones que nos envuelven. De modo especial se ha intentado y se ha conseguido que la mujer tenga un papel determinante en esta bellísima historia, bien como protagonista de gran parte de estas obras o como su realizadora.

En este sentido entiende Alicia Koplowitz su papel:
“El coleccionista es aquella persona que trata de hacer perdurar los distintos hitos de su vida a través de los objetos que va guardando; desde las más humildes colecciones hasta las más fabulosas y deslumbrantes, pienso que todas tienen ese sentido”.

Datos de interés

Amedeo Modigliani (1884-1920) La Rousse au pendentif. (La pelirroja con el colgante), 1918. Óleo sobre lienzo. 92 x 60 cm. © Colección Alicia Koplowitz – Grupo Omega Capital

El Museo de Bellas Artes de Bilbao y Petronor presentan por primera vez en nuestro país la exposición Colección Alicia Koplowitz – Grupo Omega Capital, una de las más destacadas colecciones artísticas privadas europeas.

Las 90 piezas que forman la exposición ofrecen un recorrido por la historia del arte a través de maestros de todas las épocas, en donde destacan la escuela española –Pantoja de la Cruz, Morales, Zurbarán, Arellano, Paret o Goya–, el vedutismo italiano –Guardi, Canaletto–, el posimpresionismo francés –Van Gogh, Gauguin y Toulouse-Lautrec– y el arte contemporáneo –con pinturas de Picasso, Juan Gris, Antonio López, Millares, Tàpies y Barceló, en el arte español, y de Mondrian, Modigliani, Van Dongen, Schiele, De Kooning, Fontana, Rothko, Bacon, Freud, Warhol, Twombly o Kiefer en el contexto internacional–. El capítulo contemporáneo se completa con esculturas de Gargallo, Julio González, Oteiza, Chillida, Calder, David Smith, Giacometti, Louise Bourgeois, Donald Judd o Ai Weiwei.

La exposición

Como indica el profesor Francisco Calvo Serraller el recorrido expositivo ofrece un repaso a la historia del arte occidental –que se inicia en la Antigüedad clásica y termina en nuestros días–, que no se ordena por sus principales periodos y maestros, sino a través de una selección guiada por el gusto artístico de la coleccionista.

Juan Pantoja de la Cruz (1553-1608) Retrato de doña Ana de Velasco y Girón, duquesa de Braganza, con traje de corte, 1603. Óleo sobre lienzo. 103 x 82 cm. © Colección Alicia Koplowitz – Grupo Omega Capital

El itinerario se divide en nueve apartados: “La persistencia del ideal clásico”, “El Siglo de las Luces”, “Vida privada, vida pública”, “París, cambio de siglo”, “Nuevos caminos en el arte de entreguerras”, “Materia, gesto, mancha”, “Figuraciones”, “Informalismos y abstracciones” y “Epílogo”.

Tomando como punto de partida la escultura grecolatina, pone de relieve un mayor interés por las épocas moderna y contemporánea y, sobre todo, por los siglos XVIII y XX. Temáticamente se aprecia una especial sensibilidad hacia la iconografía femenina, que se origina, precisamente, en la estatuaria de Afrodita y continúa, como un hilo conductor, a lo largo de las diversas épocas y géneros artísticos.

De este modo se entienden, entrando ya de lleno en el arte español de los siglos XVI y XVII, la pintura de corte de Juan Pantoja de la Cruz –Retrato de doña Ana de Velasco y Girón, duquesa de Braganza, con traje de corte– o las maternidades en clave religiosa de Luis de Morales –Virgen vestida de gitana con el Niño del aspa– y Francisco de Zurbarán –La Virgen con el Niño Jesús y san Juanito–. Dentro de la pintura del siglo XVII destaca también el género del bodegón, con el suntuoso Cestillo de flores de Juan de Arellano.

En el siglo XVIII Goya adquiere protagonismo indiscutible con cuatro obras que muestran los variados intereses del genio aragonés: la escena de bandoleros Asalto a la diligencia, la mitológica Hércules y Ónfala, el delicado Retrato de la condesa de Haro y Maja y celestina al balcón, ejemplo del casticismo goyesco. El gusto por lo popular se manifiesta también en otros pintores coetáneos y en otras derivaciones temáticas, como las escenas costumbristas de Lorenzo Tiepolo o la pintura galante de Manuel Camarón y de Luis Paret y Alcázar.

Luis Paret y Alcázar (1746-1799). Baile popular en la puerta. de una taberna, h. 1770-1775. Óleo sobre lienzo. 40 x 53 cm. © Colección Alicia Koplowitz – Grupo Omega Capital

También en este mismo siglo destaca otro género, el de la pintura de vistas, que se vuelve paradigmática en la obra de los venecianos Francesco Guardi y Canaletto, topográfica en las dos panorámicas de Antonio Joli, y “ruinista” en las composiciones del francés Hubert Robert. Más original es la presencia de Pietro Antonio Rotari, que caracteriza en sus lienzos a cuatro jóvenes acentuando sus expresiones anímicas.

El siglo XIX está representado por un refinado cuadro de Raimundo de Madrazo y, sobre todo, el posimpresionismo francés con obras de Gauguin, Toulouse-Lautrec y Van Gogh; este último con una naturaleza muerta. Dentro de las primeras décadas de la vanguardia parisina y el expresionismo austriaco el fauvista Kees van Dongen, Egon Schiele y Amedeo Modigliani continúan la inclinación de la coleccionista por la representación de la figura femenina.

Con casi cincuenta piezas, el siglo XX es otro de los núcleos esenciales de la colección y constituye la mitad de la selección de las obras de esta exposición. De ellas, más de un tercio se corresponde con artistas españoles de relevancia internacional. Sobresalen pinturas de Picasso –con dos óleos y un dibujo, pero también con una pequeña escultura en metal pintado–, Juan Gris y Luis Fernández, que en parecidas fechas vivieron junto con los escultores Pablo Gargallo y Julio González la efervescencia de la vanguardia histórica en París. La obra de Julio González –una escultura en hierro forjado y su dibujo preparatorio– encuentra su relación natural en las posteriores realizaciones de Alexandre Calder y David Smith.

Vincent van Gogh (1853-1890). Nature morte, vase avec oeillets. (Naturaleza muerta, jarrón con claveles), 1890. Óleo sobre lienzo. 41x32cm. © Colección Alicia Koplowitz – Grupo Omega Capital

Ya en la década de los años cuarenta, el itinerario de la muestra resume muchas de las inquietudes del arte español de la época en las pinturas de Antonio López, Manuel Millares, Antoni Tàpies; y ya durante los años setenta en la de José María Sicilia, y en la pujante escultura vasca del periodo, magníficamente representada con obras de Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. Finalizando el siglo, se exponen dos cuadros de gran formato de la década de los noventa de Miquel Barceló y una escultura de Juan Muñoz del año 2000.

Mark Rothko (1903-1970) No. 6 (Yellow, White, Blue over Yellow on Gray) (N.º 6 [Amarillo, blanco, azul encima de amarillo sobre gris]), 1954 Óleo sobre lienzo. 240 x 151,8 cm © Colección Alicia Koplowitz – Grupo Omega Capital

En el arte europeo de mediados del siglo XX la vertiente figurativa se concreta en las estilizadas esculturas de Germaine Richier y Alberto Giacometti, y en los desolados retratos de los pintores Lucian Freud y Francis Bacon. El único ejemplo de arte pop es un icónico autorretrato de Andy Warhol.

Por las mismas décadas, la pintura de Nicolas de Staël ofrece el contrapunto abstracto que, en diversos ejemplos, va trazando un camino propio en la colección: el neoplasticismo de Piet Mondrian, el espacialismo de Lucio Fontana y las expresiones en clave minimalista de Frank Stella, Donald Judd, Agnes Martin o Blinky Palermo, y la “abstracción musical” de Fausto Mellotti son ejemplos relevantes de esta expresión.

Por su parte el expresionismo norteamericano incluye nombres tan significativos como Willem de Kooning y Mark Rothko y, en la siguiente generación, Cy Twombly, que extiende su influencia hasta Anselm Kiefer.

Precisamente de Kiefer es la pintura más reciente de la colección, fechada en 2014. Otros nombres del arte más reciente como los de Louise Bourgeois o Ai Weiwei forman parte del enriquecedor epílogo de la exposición.

 

 

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Expresionismo abstracto, la dimensión de los grandes sueños

Guggenheim Museum in Bilbao

 

EXPRESIONISMO ABSTRACTO

Guggenheim. Bilbao
Del 3 de febrero al 4 de junio

Comisarios: organizada por la Royal Academy of Arts de Londres, con la colaboración del Guggenheim. Comisariada por Edith Devaney, David Anfam y Lucía Agirre


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Robert Motherwell. Pintura mural, n.o III (Wall Painting No. III), 1953 Óleo sobre lienzo 137,1 x 184,5 cm Colección particular. Cortesía Hauser & Wirth © Dedalus Foundation, Inc. /VAGA, Nueva York/VEGAP, Bilbao, 2016

La luna eléctrica de Nueva York se abre camino en el cielo mientras destroza a dentelladas los cristales de los rascacielos. Todavía quedaban rescoldos de cenizas lamiendo los cielos de Europa, abriéndose camino entre el dolor de aquellos túneles sangrientos, sometidos a la angustia de una existencia que se arrastraba entre los dramas colectivos de las Guerras Mundiales y la Gran Depresión. Centenares de voces de poetas y artistas se habían consumido entre los bombardeos y los que pudieron hacerlo buscaron refugio en la ciudad de los grandes sueños. Soñaban con poder respirar el oxígeno de la libertad.

Y aquí surgió, en la década de 1940, como un volcán derramando lava, un nuevo grupo artístico de amigos, ebrios de celebridad y desconsuelo, huyendo de los gulags y los tormentos, gastando las horas de la noche entre el alcohol y la juerga, redefiniendo la naturaleza de su propia pintura. De este modo consiguieron fundir el tiempo a ritmo de jazz y de discusiones artísticas y llegaron a convertirse en el primer movimiento vanguardista establecido fuera de París y apadrinados por Peggy Guggenheim. Este desplazamiento de París a Nueva York también lo aprovechó la CIA que organizó cincuenta exposiciones en distintos países europeos para demostrar que en EEUU los artistas gozaban de una libertad desconocida en el bloque soviético.

La fusión del pintor y el espectador

 A diferencia del Cubismo y del Surrealismo que les precedieron, el Expresionismo abstracto se extiende en lienzos de dimensiones colosales y busca por encima de todo desenvolverse en un universo al margen de rígidas estructuras que pudieran aprisionar los latidos del corazón del arte. Por eso estos artistas desarraigados y sometidos a fuertes tensiones, buscaron su propio equilibrio en el amplio espacio del inconsciente. El pintor y el espectador llegaron a mezclarse en cada cuadro y ambos adquirieron un papel protagonista hasta fundirse en una misma identidad, como se puede observar en las 130 obras expuestas en esta muestra.
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Willem De Kooning. Sin título, ca. 1939 Óleo sobre papel, montado sobre lienzo 95,8 x 73,7 cm Colección particular © The Willem de Kooning Foundation, Nueva York /VEGAP, Bilbao, 2016

Las palabras de Jackson Pollock resumen a la perfección el nuevo sentido de este nuevo modo de concebir el arte: “La pintura abstracta es abstracta. Se enfrenta a ti”. Precisamente una de las obras más espectaculares de esta exposición es el “Mural” encargado por Peggy Guggenheim en 1943  para su propia casa, de dimensiones desconocidas hasta ese momento, y que representa animales en estampida.

Al mismo tiempo los miembros de este grupo profundizan en la savia del clasicismo y en el desarrollo de los movimientos artísticos como es el caso del armenio Arshile Gorky que posee un profundo conocimiento de la historia del arte y que transmite a otros pintores como William de Kooning. De todos modos su capacidad para fusionar tendencias como el cubismo y el surrealismo adquiere un lenguaje un tanto híbrido. No sucede lo mismo con el holandés De Kooning donde la violencia de sus sentimientos, entre la abstracción y la figuración, crea efectos pictóricos explosivos y rebeldes. La iconografía de este artista revela un importante simbolismo religioso que se extiende desde los abismos de la perdición hacia la salvación, asumiendo las tesis de los maestros de la pintura clásica sobre la condición humana

El hipnotismo mágico de Rothko

Sin embargo uno de los artistas que entre el público despierta mayor interés es Mark Rothko nacido en Letonia en 1903 y fallecido en Nueva York en 1970. En la década entre 1950 y 1960 sus obras se convierten en grandes espejos, personificaciones abstractas de poderosos sentimientos humanos, como él mismo señala, centrándose en la tragedia, la fatalidad o el éxtasis. Sus cuadros, enmarcados en rectángulos flotantes donde no aparece la presencia humana, constituyen sin embargo un estallido de emociones que conmueven al espectador. En este sentido él mismo llamaba a sus pinturas “fachadas”, término que descubre ese mágico hipnotismo que transmiten sus obras.

Este nuevo movimiento se encuentra centrado en la “Action Painting”, término acuñado por el crítico Rosenberg en 1952 para describir sobre todo la pintura de Jackson Pollock, también conocida como “pintura gestual” y que asume del surrealismo todo lo que es automático. Pintó bajo la influencia de Picasso y se introdujo en el universo del psicoanálisis a través de distintas experiencias personales que le servían de terapia aunque sus fuentes de inspiración proceden de atmósferas muy diversas como es el caso de la cultura de los indios de Norteamérica con sus pinturas de arena y sus formas simbólicas.

La revolución técnica del “dripping”

Masculino y femenino  (Male and Female) Jackson Pollock 1942–43

Jackson Pollock. Masculino y femenino (Male and Female), 1942–43 Óleo sobre lienzo 186,1 x 124,3 cm Philadelphia Museum of Art. Donación de Mr y Mrs H. Gates Lloyd, 1974 Fotografía: Philadelphia Museum of Art © The Pollock-Krasner Foundation VEGAP, Bilbao, 2016

En cualquier caso fue Pollock quien popularizó el “dripping”, técnica que consiste en dejar chorrear la pintura sobre el lienzo con un recipiente, una lata o un tubo, introduciéndose él mismo en el propio cuadro. Es decir no sólo pintaba con las manos sino con un gesto de todo el cuerpo. Después llevaba a cabo distintos goteos con un bastoncillo mojado en pintura. En este sentido se le conocía como “Jack the Dripper”, un divertido juego de palabras que le confrontaba con la expresión “Jack the Ripper” o “Jack el Destripador”.

Comenzó a utilizar esta técnica en 1947 y él mismo describe su forma de trabajar: “Mi pintura no procede del caballete. Por lo general, apenas tenso la tela antes de empezar. Y en su lugar, prefiero colocarla directamente en la pared o encima del suelo. Necesito la resistencia de una superficie dura.  En el suelo es donde me siento más cómodo, más cercano a esa pintura y con mayor capacidad para participar en ella ya que puedo caminar alrededor de la tela, trabajar desde cualquiera de sus cuatro lados e introducirme literalmente dentro del cuadro Se trata de un método similar al de los pintores de arena de los pueblos indios del oeste. Por eso intento mantenerme al margen de de los instrumentos tradicionales como el caballete, la paleta y los pinceles. Prefiero los pelos, las espátulas y la pintura fluida que gotea y se escurre, e incluso un empaste espeso a base de arena, vidrio molido u otras materias”.

De esta manera lo que plasma en la tela “no es una imagen, sino un hecho, una acción”. No cabe duda de que estos sueños inmensos que se hicieron patentes en las noches de Nueva York sirvieron para denunciar el horror de las guerras y los campos de exterminio y al mismo tiempo para intensificar la búsqueda de la esperanza en la salvación del género humano.

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La primavera de Andy Warhol entre las sombras

Lienzo de la colección de las Sombras

Sombras. Andy Warhol

MUSEO GUGGENHEIM BILBAO

Fechas de la exposición:
26 de Febrero de 2016 al 2 de Octubre 2016


Un invierno riguroso y recién llegado nos envuelve. Frente al Guggenheim el gigantesco Puppy llora desesperadas lágrimas de lluvia sobre su florecida piel. Las sombras de Andy Warhol parecen llenarnos el corazón de tinieblas. Y de pronto, como si nos encontráramos inmersos en una gran sinfonía, la primavera estalla a nuestro alrededor. Sus lienzos se transforman en un gran abrazo cromático, en una deslumbrante sonrisa, en el desbordamiento de una poderosa alegría interior. Nos movemos en un bellísimo baile de sombras de colores, donde los violetas traslúcidos, los nítidos azules, las verdes melodías serigrafiadas en 102 paneles de gran formato parecen desdoblarse en una multiplicación de destellos. ¿Alguien ha podido pensar en algún momento que nos encontrábamos en el invierno? No. Esta es la realidad que nos presenta Andy Warhol en el escenario de sus propios cuadros y de sus propios textos.

Fotografías ©Inés Mendivil

Conoce más sobre
La
Exposición «Sombras» de Andy Warhol

 

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Imagen en blanco y negro de una silueta de un chico que se tira al mar
Imágenes que susurran

El pánico escénico

Todos tenemos miedo. Miedo al miedo. Miedo a no estar a la altura de las circunstancias. El agua no dejaba de ser una nube incierta bajo nuestros pies. Teníamos entonces diez años y a nuestro alrededor todos esperaban con expectación el gran salto. Temblaba el agua repartiendo su sonrisa entre espumas y nuestro corazón se desestabilizaba intentando escapar del cuerpo como una gaviota cobarde. Teníamos miedo. En aquel espacio en blanco se escuchaban voces penetrantes como si nos llegaran en directo desde diferentes espacios siderales.

¡Venga, salta!

Pero no saltábamos.

Los gritos de los adultos se deshacían en ecos de piedra.

¡Venga, salta!

Pero no saltábamos.

No hay que asustarse. El miedo lo llevamos todos dentro escondido en el esófago, en el páncreas o en cualquier otra víscera. Es un miedo que nos une y nos unifica con el resto de los mortales en una especie de atmósfera solidaria.  Ya señalaba Shakespeare integrándose en esos espacios abiertos de la condición humana: “De lo que tengo miedo es de tu miedo”.

 

El Gargantúa de la infancia

 

Personalmente llevo dentro un miedo irracional que todavía me estremece como un buitre recorriendo los cielos de mi infancia, a pesar de la fama de criatura intrépida y bastante temeraria que me envolvía. Pero en aquel Bilbao emergente entre las nieblas de los primeros recuerdos existía un personaje terrible conocido como “el Gargantúa”. Era gigantesco, con una enorme boca abierta y una gran boina que para eso era de la tierra. La aventura resultaba terrible. Había que subir unas escaleras y después introducirte en aquel túnel oscuro para recorrer en un tobogán las entrañas del monstruo disfrutando de aquel hermoso paseo entre sus intestinos. Se dice con orgullo que se había tragado a todos los niños de Bilbao. A todos menos a mí que fui incapaz de poner un pie en su lengua.

Ha sido el primer acto de cobardía de mi vida y tuve que pasar por el calvario de escuchar mil veces aquella pérfida afirmación de las criaturas que me rodeaban. “Yo ya me he tirado por el Gargantúa”. “Pues yo bajo por el acantilado del Molino de Aixerrota hasta el mar”, respondía con altiva seguridad  sabiendo que eso constituía una auténtica hazaña porque te jugabas la vida. Les dejaba mudos pero yo tuve que cargar toda mi existencia con aquel terrible pánico bien plegado en el fondo de mi corazón.

Después creo que he sabido luchar contra el miedo que a todos nos envuelve para limitar nuestra acción. Me he enfrentado a muchos sueños imposibles, sabiendo como señalaba Paulo Coelho que “sólo una cosa vuelve un sueño imposible: el miedo a fracasar”. A veces los fracasos sólo se encuentran en nuestra imaginación. Son fantasmas contra los que resulta muy difícil luchar. Nuestro universo, nuestro suelo interior, no se cimenta sobre los ensueños sino sobre las realidades, algo que filósofos de la talla de Zubiri conocían muy bien entendiendo al hombre como un “animal de realidades”.

Una persona a la que admiro profundamente señalaba en una ocasión que la clave de la felicidad consiste en ver siempre el lado positivo de todas las cosas. Todo pasa, todo cambia, sólo permanecen inmutables las verdades eternas.

Ya señalaba Azorín en ese libro delicioso titulado “Pueblo”, desde la lejana distancia de su avanzada edad que “no sucede nada. Lo que se creía que iba a trastornar la marcha de la sociedad no la trastorna; la innovación que juzgábamos peligrosa se ha adaptado a las costumbres y es cosa ya normal. Sigue el trabajo; siguen los afanes; sigue el deseo que nos lleva hacia otra cosa”.

El pánico escénico que ha provocado en las recientes elecciones el delirio guerrero de ese juego de tronos marcado por la violencia y la ambición seguirá su propio camino populista entre las sombras de las selvas bolivarianas, los hermanos de sangre catalanes se separan, los corruptos se van a tomar el sol a la cárcel o incluso la propia Esperanza Aguirre se prepara para realizar encajes de bolillos en la bancada de la oposición.

Personalmente conservo grabadas las primeras palabras que el Papa Juan Pablo ll lanzó al mundo entero el mismo día de su nombramiento. “¡No tengáis miedo!” “¡No tengáis miedo a la verdad de vosotros mismos! ¡No tengáis miedo de vosotros mismos. Dirigir la mirada al único horizonte de esperanza: Jesucristo”.

Sin duda se trata de uno de los gritos más esperanzadores y revolucionarios de nuestro propio mundo que se debate entre la angustia y los infinitos miedos que él mismo ha creado. El monstruo, el monstruo de la infancia que nos traga a todos.La cultura de la muerte, las terribles hambrunas, las guerras abrumadoras, la pérdida de la dignidad humana.

Y frente al pánico, frente a la tensión que produce ese diminuto salto al vacío, surge en nuestras vidas la claridad de ese horizonte donde parece columpiarse entre la dimensión de las nubes la envolvente luz de la esperanza.

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Instantánea en blanco y negro que recoge uno de los saltos del Red Bull Cliff Diving realizados desde el puente de La Salve
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El hombre que cayó del cielo

¿Es un pájaro que atraviesa el firmamento entretejido de luces para lanzarse a la ría de Bilbao? ¿Es un ensueño que flota entre los volúmenes de titanio del Guggenheim? En cualquier caso nos encontramos ante la imagen perfecta, plasmada en una fotografía perfecta, sin un solo retoque, donde ese gran fotógrafo bilbaíno que es Enrique Moreno Esquibel consiguió engañar a la belleza y robarle ese mágico instante en que el deporte se introduce en la profunda dimensión del arte. Lo cierto es que ese vuelo infinito que parecía atravesar la línea imaginada de la realidad, le valió el primer Premio Nikon dedicado a la especialidad deportiva.

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